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Opinión

La cruzada antivacunas

19 de enero de 2022

El 28 de noviembre de 2021 moría, en un pequeño hospital rural de Iowa, Dale Weeks, a sus 78 años. Weeks padecía una sepsis que debía ser tratada quirúrgicamente en un establecimiento hospitalario de mayor complejidad que aquel en el cual estaba internado. No fue posible encontrarle una cama, ya que todas estaban ocupadas por pacientes con COVID, casi todos ellos no vacunados. La cama apareció 15 días después de lo solicitado. Weeks fue operado de todos modos, pero ya era demasiado tarde. La noticia completa puede consultarse en la edición del 28 de diciembre del año pasado en The Washington Post. Weeks era considerado por su familia y sus amigos como un buen vecino, uno de esos que haría cualquier cosa por dar una mano a quien la necesitara. Anthony Weeks, su hijo, declaró: “Lo frustrante no era que queríamos que recibiera atención que otros no estaban recibiendo, sino que no recibió atención cuando la necesitaba. Y cuando lo consiguió, ya era demasiado tarde”, dijo. Y agregó: “Surge la pregunta de: ‘¿Quién estaba en esas camas?’ Si son personas con Covid que decidieron no vacunarse, entonces esa es la parte que realmente duele”.

A su vez, el Dr. Rob Davidson, publicó una columna de opinión en el New York Times el 8 de diciembre de 2021 (“I’m an E.R. Doctor in Michigan, where unvaccinated people are filling hospital beds”). Su testimonio es que la casi totalidad de las camas UCI están ocupadas por pacientes con COVID no vacunados. Esto hace que cirugías por traumatismos, peritonitis y otras afecciones no puedan ser realizadas. Es decir, la libre elección de no vacunarse incide directamente en lo que haya de suceder a otros pacientes cuyas patologías no son de su directa responsabilidad y que necesitan los servicios urgentes de la sala de emergencias.

Por otra parte, tenemos a personas como Hermann Tertsch, europarlamentario español del partido Vox, quien defiende la libertad de no vacunarse y ha escrito en Twitter que “el tenista Novak Djokovic (últimamente apodado “Novax”) habría puesto en evidencia ante el mundo la irracionalidad y perversidad de la política de control social impuesta con un motivo que ya es pretexto, el COVID. A Djokovic le debemos mucho”.

El mismo tenista que es noticia en estos días había dicho a comienzos de la pandemia que estaba en contra de la vacunación, y que no le gustaría que alguien lo obligara a vacunarse para poder viajar. Su esposa Jelena es una ferviente militante del movimiento antivacunas. En octubre de 2021, el tenista serbio declaró: “No revelaría si estoy vacunado. Es un asunto privado y una pregunta inapropiada”. Mal que le pese, ya tuvo que declarar en Australia que no está vacunado.

En cuanto a los motivos de los reacios a vacunarse, hay una gran variedad. Dejaré de lado las que se originan en ideas un tanto superficiales del tipo “esto está en experimentación, y hasta que no haya mayor evidencia científica no me vacunaré”.

Más preocupantes son los teóricos de la conspiración. Las teorías conspirativas sostenían hasta no hace mucho que mediante las vacunas se nos inoculan microchips. Proponían como prueba de ello unos videos, ampliamente difundidos en las redes sociales, en donde se veía a personas con cucharitas de café o monedas adheridas al brazo vacunado. Algunos conspiracionistas, políticamente identificados con grupos nacionalistas de derecha, han hecho del tenista Djokovic un héroe cruzado, ya que se ha puesto ahora de manifiesto su condición de fiel cristiano ortodoxo. Ha circulado en las redes una foto del tenista besando una imagen de una virgen venerada en Serbia, lo cual equivaldría a un certificado de infalibilidad para todo lo que el deportista pudiera opinar. Naturalmente no se trata aquí de poner en duda la fe del tenista ni la importante obra caritativa que realiza, pero sí el hecho de que pueda tener razón en todo sólo porque es un piadoso cristiano.

Los teóricos de la conspiración argumentan que las campañas de vacunación no son más que un gigantesco atentado contra la libertad, urdido en las penumbras por no sé qué sinarquía masónica, frente a la cual es nuestro deber resistir. Sin embargo, llama la atención que sólo ahora viene a inquietar la presencia de un poder oculto que estaría buscando conocer exhaustivamente nuestras vidas para poder manipularlas a su antojo (cosa que ya había teorizado Michel Foucault hace medio siglo). En realidad, cualquier organismo tributario nacional sabe más de nuestras vidas que muchos de nuestros familiares y amigos. Incluso desde que existen los documentos de identidad, las tarjetas de crédito o los sistemas sanitarios, vivimos en una sobreexposición de nuestras personas. Cada vez que los conspiracionistas utilizan Twitter o Facebook para expresar sus opiniones, contribuyen a eso que dicen impugnar. Y por cierto, cuesta mucho entender la existencia de una teoría conspirativa global cuando se constata el colosal desconcierto, perplejidad e incongruencia de las políticas sanitarias en cada país frente a una situación que parece haber desbordado nuestra capacidad de respuesta. Se supone que una teoría conspirativa digna de ser tomada en serio debería dar la impresión de algo perfectamente organizado. La triste realidad es que, con la excepción de las vacunas, no enfrentamos la pandemia con métodos muy diferentes a las chapucerías del siglo XV.

Parece ser verdad, con todo, que las vacunas disminuyen el riesgo de contagios, y en los casos en que se contraiga la enfermedad estando vacunados, los pacientes no requieren las camas UCI para atravesar la infección. Y esto indudablemente va en beneficio, no sólo del paciente con COVID, sino de todos aquellos que atraviesan por otras situaciones patológicas muy complejas en las cuales no han tenido una directa responsabilidad.

¿Debiera ser obligatoria la vacunación? Sólo sabemos que si el uso del casco está mandado por la ley si alguien desea circular en motocicleta, la vacunación debiera serlo con mayor razón. En el primer caso, no usar el casco implica un riego sólo para el que no lo usa. Pero no vacunarse no sólo pone en riesgo la salud y la vida del que decide no hacerlo, sino también la de los demás. Y cuidar del prójimo es una obligación moral mucho mayor que la de respetar ideas volátiles sin mayores fundamentos.

Cuidar de los demás en nosotros mismos, o si se quiere, cuidar de nosotros mismos en los demás, es una buena definición de la solidaridad, es decir, de una virtud social más necesaria que nunca.

 

 

Por:

Jorge Martínez Barrera

Doctor en Filosofía
Universidad Católica San Pablo – Arequipa (Perú)

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