Usualmente le atribuimos un valor ético importante al sentir, es decir, a la consciencia. De ahí que busquemos evadir el dolor y promover el bienestar, el sentirse bien. Y de ahí que se proponga, en general, la protección de los seres sintitentes: sería inmoral o cruel producirles un dolor innecesaria o arbitrariamente. Esta protección suele incluir a los seres humanos y los animales, dado que asumimos que poseen consciencia.
En cambio, respecto de las plantas, solemos considerarlas como una especie de intermedio entre lo mineral y lo animal o entre lo vivo y lo inerte. Responden a ciertos estímulos a través de un mero automatismo biológico, pero consciencia no tienen. De ahí que no sea demasiado controversial llevar a cabo actos sobre las plantas bajo la presunción del dolor o el sufrimiento, puesto que no lo padecen.
Sin embargo, esta noción del sentido común podría venirse abajo a partir de recientes investigaciones. Tómese por ejemplo el caso de la planta, mimosa pudica, la cual al ser tocada cierra sus hojas; esto hace suponer que la planta posee cierta sensibilidad al tacto. Esto parece reforzarse más aún con los experimentos de Paco Calvo, investigador de la Universidad de Murcia, España: en un experimento mostrado a varias audiencias, el investigador muestra cómo al aplicar anestésicos comunes en la raíz de la planta, por ejemplo, la Lidocaína, esta pierde su capacidad para reaccionar a los estímulos táctiles. También al colocar electrodos en las hojas, se detecta que ya no están presentes las señales nerviosas que producirían el cierre de las hojas. Y los anestésicos no solo funcionan en la mimosa pudica, sino que en diversas variedades de plantas que también producen movimiento. Esto hace pensar que si sustancias que disminuyen la conciencia, también funcionan plantas, estas podrían presentar cierto grado de cognición.
Además, existen muchas plantas que ejecutan reacciones complejas. Las plantas pueden percibir y reaccionar a más aspectos de su entorno que nosotros, y mantienen una animada “vida social” comunicándose entre ellas por encima y por debajo del suelo. También interactúan con otras especies. Las plantas de tomate, por ejemplo, liberan sustancias químicas que animan a sus orugas depredadoras a dar rienda suelta a sus instintos caníbales y a atacarse entre sí. Las orquídeas abeja engañan a las abejas macho para que se posen en sus flores, ya que tienen el aspecto y el olor de las abejas hembra exóticas, y luego cargan de polen a los insectos engañados. Las prímulas pueden «oír» a sus polinizadores y activar la producción de néctar cuando se exponen a sus frecuencias de vibración específicas. Las plantas de Arabidopsis pueden utilizar los perfiles de longitud de onda únicos de la luz reflejada por las plantas cercanas para distinguir a los parientes de los no parientes.
Otros investigadores señalan que un conjunto de reacciones complejas no necesariamente implica cognición, por lo que a partir de lo mencionado anteriormente no se podría inferir que las plantas tienen conciencia. Pero lo mismo podría decirse de cualquier animal o de cualquier persona que no seamos nosotros mismos. Solo podemos acceder a nuestra propia conciencia, pero si detrás de los movimientos y reacciones complejas que observamos en otras personas u seres vivos hay cognición o no, no podemos saberlo a ciencia cierta. Aquí, el problema de otras mentes da cierta plausibilidad a la tesis de la sensibilidad de las plantas.
Si este fuera el caso, estaríamos frente a desafíos éticos importantes, porque como dijimos en principio, le damos cierta relevancia moral a la sensibilidad ¿Esto haría que debamos reconocer a las plantas como sujetos morales? ¿Se volvería inmoral causarles dolor? No podemos saberlo con seguridad todavía.
Fuente:
https://www.newyorker.com/magazine/2013/12/23/the-intelligent-plant
Para fuentes en contra de la conciencia de las plantas ver:
https://link.springer.com/article/10.1007/s00709-020-01579-w
Creditos imagen: Ecoosfera