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Opinión

Robots. Por qué no son suficientes las tres leyes de Asimov (ni la ética).

13 de diciembre de 2022

Estamos rodeados. O así parece.

Estamos rodeados de robots, que comparten nuestras vidas, nos acompañan en algunas tareas, nos observan en otras, nos remplazan en otras más. Y si seguimos pensando en ellos como si fueran Robocops, maniquíes, o simples dispositivos sobre (o con) los que actuamos, no estamos entendiendo en profundidad el fenómeno, muy probablemente. Tal como traté de explicar en mi libro reciente, Espejos. Filosofía y nuevas tecnologías (Barcelona: Herder, 2022), los dispositivos tecnológicos no son solamente instrumentos o medios inertes que realizan los fines que queremos, sino que son “algo más”. No son solo medios, sino Medios, ambientes en los que estamos sumergidos y con los que interactuamos, como si fuesen seres vivos –pensamos, por ejemplo, en los mundos virtuales. Entonces, ¿existe una diferencia entre un lápiz y un computador? Por supuesto que sí. Sin embargo, ¿cuál es esa diferencia, en qué consiste? ¿Consiste, por si acaso, en el hecho de que uno es un producto humano y el otro no? Claramente no: los dos son artefactos. ¿Consiste acaso en el fin que permiten alcanzar? Evidentemente no, ya que tanto el lápiz como el computador me permiten escribir. ¿En qué consiste esa diferencia, entonces? 

Para poder responder a esta pregunta, habría que mirar a las funciones de los dos artefactos mismos. El lápiz no funciona independientemente del ser humano –es decir, no tiene “funciones”, estrictamente– mientras que el computador sí. Mientras que yo no lo uso como medio, el computador sigue “haciendo cosas”, al revés del lápiz. Evidentemente, el primer impulso de movimiento no es del dispositivo mismo, sino que del ser humano (entonces ahí no hay que buscar las diferencias), pero la capacidad mantener o mejorar ese movimiento –es decir, esas funciones– es algo propio de las nuevas tecnologías. Podríamos así concluir que no solamente actuamos sobre (o con) las tecnologías, sino que inter-actuamos con ellas. 

Si aplicásemos todas esas primeras conclusiones a los robots, probablemente los entenderíamos mejor. Interactuamos con ellos, ya que son independientes de nuestras acciones y saben “adaptarse” al ambiente (gracias a los sensores). Casi como los seres vivos. De ahí una definición de robot: es un dispositivo independiente, “autónomo” (en un cierto sentido), capaz de trabajar en sistema con otros dispositivos (gracias a la conexión) y de adaptar sus movimientos o funciones a los estímulos ambientales (gracias a los sensores). Entonces el problema filosófico de los robots no serían simplemente las tres leyes de Asimov (1. Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños; 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley; 3. Un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o Segunda Ley), sino que repensar por completo nuestras interacciones con ellos. Nos preguntaríamos, de hecho: ¿existe una​ ética de nuestras relaciones con los robots que va más allá del no dañarse recíprocamente? Y los problemas podrían extenderse más allá de las interacciones con ellos, hasta llegar a los problemas éticos (y estéticos) que se refieren al diseño de los robots: ¿debemos hacerlos semejantes a nosotros, o disímiles? ¿Deben acercarse a nuestra humanidad, o alejarse completamente de ella, para que podamos interactuar con ellos? Esas preguntas nos hablan de cómo interpretamos a dichos dispositivos… si son nuestros espejos (es decir, si son “otros yoes”) o si son algo radicalmente distinto de nosotros. Se trata, en el fondo, de una cuestión antropológica, antes que ética. Se trata de entender a nuestra humanidad: cuanto es reproducible y cuanto deber ser reproducida. Todas las cuestiones éticas sobre la inteligencia artificial o el machine learning deben, entonces, empezar con ese interrogante antropológico. Si no entendemos “qué son” esos dispositivos, no podemos decir “cómo deben ser o actuar”. En este sentido, la reflexión filosófica y bioética tiene todavía una gran deuda con nuestra sociedad.

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