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Opinión

El valor de los animales

31 de marzo de 2022

Uno de los temas de intenso debate dentro del trabajo de la Convención Constituyente ha sido el que dice relación con el cuidado de los animales. Es así como en una sesión reciente se aprobó el siguiente artículo que será parte de la propuesta final que se plebiscitará: “Los animales son sujetos de especial protección. El Estado los protegerá, reconociendo su sintiencia y el derecho a vivir una vida libre de maltrato. El estado y sus organismos promoverán una educación basada en la empatía y el respeto hacia los animales final”. En esta breve columna se revisan algunos antecedentes que dan sustento a este artículo, y se hacen prevenciones de forma tal que su implementación no sea perjudicial.

Nuestra relación con los animales ha sido permanente a lo largo de la historia. Una interacción compleja y de aristas diversas, fundada —por una parte— en motivos de sobrevivencia y mejoramiento de nuestra calidad de vida, y —por otra— en razón de una profunda vinculación afectiva reflejada en el hecho que los animales de compañía son hoy miembros esenciales en muchas familias. La adecuada relación con ellos y el trato que les es debido es un tema de gran relevancia moral y de continua reflexión filosófica y ética. Por ello, actualmente es materia de intenso debate público y de discusión en la convención constituyente. 

El tema se ha analizado desde diversos enfoques éticos, dentro de los cuales destacan el utilitarismo y las propuestas deontológicas. Aquí discutiré una aproximación que asume la existencia de una pluralidad ontológica, de profunda raigambre en el humanismo aristotélico y su ética de la virtud (A. Marcos, 2019). Esta propuesta tiene una fuerte consonancia con el sentido común y busca el justo medio para establecer una relación ética con los animales. 

Este proyecto se basa en dos criterios fundamentales. Un criterio de totalidad, que implica que todo lo que existe, incluidos los animales e incluso los bienes culturales, tiene un valor por el solo hecho de existir. Y un segundo criterio que es el de la gradualidad, que asume la existencia de una gran diversidad de valores entre todo lo que existe, incluidos los animales. Valores que dependen de las características de cada ser.

Dentro de esta diversidad de valores, el ser humano sustenta un valor único por su cualidad de valor absoluto y su dignidad. Esta particularidad de los humanos se funda en la presencia potencial de capacidades que le son exclusivas, como el mutuo reconocimiento de la dignidad, el poder de pensar sobre lo que pensamos, y la posibilidad de actuar con libertad y responsabilidad. El filósofo Max Scheler lo define como la presencia del espíritu que provee a los humanos de libertad, de emociones y voliciones (ej. bondad, amor, arrepentimiento y veneración). 

Para conocer y distinguir dentro de la diversidad de animales el pluralismo ontológico propone usar indicadores empíricos, como la complejidad cognitiva, las capacidades sensitivas, los niveles de conciencia o el tipo de actividades relacionales. Estos indicadores, aunque falibles, pueden ayudar a atribuir mayor o menor valor relativo a distintos animales. La constatación del gran desarrollo de la inteligencia, la sintiencia, las emociones, las pasiones, y los vínculos relacionales confieren a muchos animales un alto valor intrínseco (A. MacIntyre, 2001).

Como agentes morales, los seres humanos tenemos el deber de reconocer este valor intrínseco y diverso en los animales. Para cumplir con lo anterior no se requiere concederles un derecho, sino que estamos obligados de favorecer y promover dichos valores, o al menos no dañarlos si no existan razones superiores para hacerlo, ya que tienen un valor interno, pero relativo a la fuerza de otros valores (A. Cortina, 2009). Esta responsabilidad de proteger y fomentar el valor de los animales debe ser proporcional al valor que reconocemos en ellos, lo cual sin duda implica mayores deberes, por ejemplo, con nuestros animales de compañía. 

Para un justo reconocimiento del valor de los animales debemos desarrollar sabiduría y prudencia, y educar en el cuidado en vez de la crueldad o la indiferencia. Estas cualidades, sumadas a una adecuada atribución de los valores de cada especie animal, permitirán tomar buenas decisiones prácticas, justas y éticamente fundamentadas. Así podemos acordar normativas éticas que reduzcan al mínimo posible el sufrimiento animal, pero que sean compatibles con otros valores como pueden ser la sobrevivencia humana, la mejora de la calidad de vida en especial de las personas más vulnerables, y un adecuado desarrollo de los bienes culturales y en particular de nuestras tradiciones más arraigadas.

Para cerrar, dos citas que pueden promover la reflexión sobre este tema de suyo complejo. Primero, tener presente la exigencia ética de aprender a priorizar, por lo cual, reconociendo que debemos defender a todos los seres valiosos, ello debe ocurrir sin que se reste un ápice de energías en el trabajo por el desarrollo humano, en especial de lo más pobres (A.Cortina, 2009). Y por otra parte, recoger la invitación que nos hace Francisco en Laudato si’ para seguir los pasos de San Francisco de Asís en el cuidado cariñoso de todas las criaturas, para proteger la biodiversidad animal de modo que pueda ser conocida y gozada por las futuras generaciones, y a no olvidar que “es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas”.

 

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