La Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe “Dignitas infinita sobre la dignidad humana” nos invita al diálogo de fe y razón a la que como universidad católica somos llamados.
Desde esta perspectiva, cabe mencionar una tensión o incluso una paradoja que existe dentro del concepto de dignidad y que en nuestra época causa muchos problemas éticos. La paradoja se trata de que la dignidad se constituye en la libertad humana y al mismo tiempo la limita. O, en palabras más pragmáticas, que la dignidad es, como lo bien formuló Hannah Arendt, “un derecho a tener derechos”, pero que al mismo tiempo tiene la función de limitar algunos derechos.
La Declaración “Dignitas infinita” expresa esta tensión en varios lugares, pero lo más claramente en el punto 25 donde dice que “a veces se abusa del concepto de dignidad humana para justificar una multiplicación arbitraria de nuevos derechos, muchos de los cuales suelen ser contrarios de los definidos originalmente”. Entonces de nuevo tenemos acá una contradicción.
Lo que es interesante es que esta dinámica contradictoria no caracteriza solo una interpretación católica de dignidad, sino algo que se encuentra en el corazón mismo del concepto por un filósofo laico, es decir, Immanuel Kant, cuyo papel en desarrollo del concepto la Declaración también destaca. Como sabemos, Kant sostenía que a la vez nuestra autonomía nos da un poder casi infinito de ser legisladores de leyes universales, pero que dentro de esa misma poder normativa tenemos la obligación de no tomar decisiones que, aunque autónomas, nos quitarían la autonomía (o, en palabras de Kant, instrumentalizarían nuestra humanidad). Gilbert Chesterton una vez dijo una frase que nos puede ayudar a entender esta dinámica paradójica y que además se cruza con muchos problemas bioéticos contemporáneos de los que voy a hablar después. Él lo dijo a propósito de las visiones del ser humano, en particular de la mente humana, que reducen el pensamiento sólo a lo que ocurre en el cerebro, como si nuestra cognición fuera sólo química y no lógica. Dijo: “Hay un pensamiento que detiene el pensamiento. Ese es el único pensamiento que debe ser detenido”. Del mismo modo, se puede decir que hay decisiones autónomas que detienen la autonomía. Y, siguiendo esta lógica, esas son las únicas decisiones que no se deberían tomar.
Ahora pasamos a la pragmática para hacerlo más claro. Voy a empezar con un caso neutro, no tan controvertido como muchos otros en nuestra disciplina y que además tiene esta ventaja que es un caso real, que fue presentado ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra (y como sabemos la Declaración “Dignitas Infinita” conmemora el 75 aniversario de Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por Naciones Unidas). En este caso, un ciudadano francés, Manuel Wackenheim, acusaba a su país de atentar contra su dignidad. El Sr. Wackenheim era una persona de muy baja estatura, una persona con un enanismo, lo que se usualmente clasifica como una discapacidad. Este señor se ganaba la vida trabajando en un bar, donde, armado de un casco y protecciones, se dejaba lanzar como una pelota por quienes desearan hacerlo como entretención. El gobierno francés prohibió esta “diversión” argumentando, en términos muy kantianos, que esta actividad ofendía la dignidad e instrumentalizaba a las personas con discapacidad. Lo que es interesante en este caso es que el demandante utilizó el mismo argumento “de dignitatis” para defender la opción contraria, y afirmó que lo que vulneraba su dignidad no era la actividad misma, que él había elegido de una manera libre y autónoma, sino la prohibición de Francia, que como tal le discriminaba y le quitaba el derecho a trabajar y ganarse la vida. En este caso, la opción kantiana ganó, pero más importante que el resultado de juicio es la estructura del caso, el hecho que el argumento “de dignidad” fue utilizado al mismo tiempo para justificar dos opciones totalmente contrarias: por un lado, como la fundación de un cierto derecho, por otro lado, como su límite.
Muchos casos de bioética, de aquellos infinitamente controvertidos, tienen esa misma estructura, donde en nombre de la dignidad o autonomía se justifica algo que detiene la autonomía o vulnera la dignidad. Un ejemplo clásico es el caso de la eutanasia, que muchas veces, como señala la Declaración, se describe como la muerte digna, mientras que desde una perspectiva más clásica o cristiana es precisamente la dignidad de la persona lo que nos invita a hacer lo contrario y valorar la vida humana hasta su fin natural. Un caso más moderno serían las intervenciones de edición genética tipo “bebe de diseño”, donde en nombre de la autonomía de los padres, a veces se postula una cierta determinación futuro de los niños, así limitando la autonomía de las futuras generaciones. O un ejemplo, un poco futurista, aunque posiblemente de un futuro cercano, que se cruza además con el citado temor de Chesterton, serían las posibles intervenciones neuro-tecnológicas que, al reducir nuestra vida mental a un conjunto de datos neuroquímicos, a los que se puede libremente acceder, pondrían en peligro el corazón de dignidad humana, es decir: nuestra integridad mental y la Chesterton-niana libertad de pensamiento. Al mismo tiempo, la argumentación transhumanista en eso precisamente ve la fuente de dignidad humana en que podemos de una manera infinita intervenir nuestra naturaleza y mejorar nuestras capacidades mentales.
Frente a todo eso, creo que lo que la Declaración nos invita a hacer, y lo que constituye el mayor desafío de nuestra época, es pensar desde adentro de esta paradoja. Entonces no eludirla demasiado rápido proponiendo argumentos y soluciones que solo limiten y castiguen, sino más bien buscar argumentos que, al celebrar la autonomía humana como la celebraba Kant, señalen sus irreductibles e intrínsecas limitaciones, que se derivan del propio concepto. Me parece que la Declaración, que muchas veces destaca la justificación también racional de la dignidad y que distingue varios niveles del concepto, muchos de los cuales, como la dignidad social, por ejemplo, son puntos en común con el mundo no-creyente, nos invita a buscar este tipo argumentos y puentes intelectuales, sin olvidar, no obstante, que de lo que somos responsables, como lo bellamente formuló la Declaración, es “la imagen de Dios que se confía a la libertad del hombre” (§22).