Hay adultos mayores de la 3era. edad y otros de la 4ta. Nos centraremos en los que conforman el segundo grupo porque en países como el nuestro, ésta comienza alrededor de los 75 años. Es la edad que Chile ha fijado para que las personas, frente al Covid-19, permanezcan obligadamente en casa y no gocen de permisos de salida. La razón más extendida es la que enfatiza su rol protector ante la malignidad del virus en personas portadoras de enfermedades de base, como ocurre entre muchos de 75 años.
Una característica de la adultez mayor es su gran heterogenidad y diversidad. Destaca la incidencia de la historia vital y sus vicisitudes como uno de los factores explicativos. Son las experiencias que han contribuido a forjar las personalidades individuales. No en vano se afirma que “uno envejece como ha vivido”. De allí que cualquier generalización sea peligrosa.
Podríamos discutir la validez de la medida general aplicada a los mayores de 75 años. Sin embargo, sortearemos esa tentación y nos acercaremos a algo que puede ser más fructífero para quienes viven el confinamiento. Aludiremos a una de las interpelaciones éticas a quienes se encuentran en etapa de envejecimiento avanzado, que conservan la autonomía funcional y sus funciones mentales no se han visto mermadas. Éstas no son otras que los deberes éticos de esta edad que tan lúcidamente expone Romano Guardini (1981) y que rara vez se discuten.
Entre ellos destaca el cuidado de uno mismo, el lugar donde se vive, la limpieza corporal, los alimentos que se consumen, el nivel de actividad que permite conservar la movilidad hasta donde sea posible, la ejercitación cognitiva y la evitación de la restricción de estímulos, todos los cuales se asocian a la autodisciplina. Se trata de combatir la tendencia al descuido, lo cual puede acentuarse en esta época en que las visitas escasean, se realizan desde la puerta o a través de los medios que hoy proporciona la tecnología.
Tan importante como los anteriores, si no más, son los deberes que surgen de los vínculos afectivos. Lo esencial radica en el cultivo de la cordialidad, la paciencia, el perdón, la aceptación de los demás y darse cuenta que el callar a veces es más prudente que el decirlo todo. Hay que luchar contra la indiferencia ante lo que los demás sienten, al creer que uno se ha ganado el derecho a recibir sin dar, o a pensar que los demás están en deuda. En épocas de confinamiento, en que las salidas están prohibidas, en la que no hay cabida para gustos furtivos a los cuales uno se había acostumbrado, en que el tedio de la rutina puede invadir el estado de ánimo, los deberes recién mencionados cobran gran relevancia. Si no se cuidan las relaciones con las personas más cercanas, se sientan las bases para que ellas abandonen o cuiden a desgano al anciano que en verdad lo necesita.
Guardini (1981) afirma que mientras la persona sea capaz de contemplar su propia vida, y vaya que hay tiempo para la citada contemplación cuando se esta confinado, tiene la oportunidad de hacer las cosas de mejor o peor manera, constituyéndose en una tarea para sí. De lo que se trata, es de usar este tiempo de la vida para crecer, esforzándose por llegar a ser la mejor persona que uno pueda (Polo, 1991). Por cierto que lo antedicho está relacionado con condicionamientos personales, las propias fuerzas, energías y las particulares condiciones en que uno se encuentre.
Las épocas de crisis son propicias para llevar a cabo este desafío vital, desde la juventud en adelante, pero adquieren un sentido especialísimo en la 4ta. edad, porque el tiempo que queda por vivir es cada vez más escaso.
Referencias Bibliográficas
Guardini, R. (1964). La aceptación de sí mismo. Las edades de la vida. Madrid: Guaderrama.
Polo, L. (1991). Quién es el hombre. Un espíritu en el mundo. Madrid: Ediciones Rialp.
Psicóloga Clínica
Profesora Emérita Universidad de los Andes