10 de julio de 2024
La fecundación in vitro (FIV) revolucionó la procreación y la formación de las familias a finales de los años 70 al hacer posible separar la concepción del sexo. Desde el nacimiento del primer ‘bebé FIV’ Louise Brown en 1978, técnicas como la FIV se han rutinizado rápidamente, en contra de las predicciones iniciales: se calcula que al menos 12 millones de bebés han nacido con la ayuda de la FIV y otras tecnologías de reproducción asistida (TRA). Además, se prevé que los nacimientos relacionados con las TRA alcancen al menos a 167 millones de personas en el año 2100, si no mucho más. A primera vista, parece que la autonomía reproductiva de todos se amplía gracias a estos avances: los aspirantes a padres pueden procrear con la ayuda de terceros, como ocurre con innovaciones como la gestación subrogada y el trasplante de útero (UTx), e incluso quienes no intentan procrear activamente tienen opciones de criopreservar sus propios gametos para un uso posterior. Dado que hoy en día la gente retrasa la maternidad por diversos motivos y que, según informes, una de cada seis personas sufre infertilidad en todo el mundo, parece plausible suponer que los aspirantes a padres seguirán recurriendo a las tecnologías reproductivas con la esperanza de lograr la procreación biogenética cuando la concepción ‘natural’ no sea una opción.
Referencia:
Lee, J.-Y. and Segers, S. (2024), Reproductive Technologies and family ties. Bioethics, 38: 589-591. https://doi.org/10.1111/bioe.13334