Cada etapa de la vida tiene sus propios desafíos, ventajas, oportunidades y dificultades. Como menciona Maneiro y Minnicelli más allá de la visión idílica y sin problemas con la que fantaseamos los adultos, la infancia “es un período de grandes convulsiones, de pasiones intensas, de miedos, incertidumbres” que se viven en silencio (Educação & Realidade 38, 2013).
Los adultos mayores están marcados por estos mismos desafíos y dificultades. Conocemos que la mayoría de edad no es un factor preponderante en la realización de las actividades básicas de la vida diaria como ocurre con muchos de nuestros adultos mayores.
Los factores que si son determinantes y significativos son tener un miembro amputado, las enfermedades crónicas, el dolor, enfermedades cerebrovasculares, la depresión y la soledad. En palabras de Julianne Holt-Lunstad “el no contar con relaciones cercanas o una buena red de integración social” (PLos Medicine 7, 2010).
La soledad entendida como el estar solo, puede tener una visión positiva y otra negativa: como lugar de encuentro y plenitud con uno o, con lo trascendente o como aislamiento o abandono. Para los adultos mayores tres son los temas principales que causan en ellos tristeza: la pérdida de autonomía, la falta de reconocimiento de su situación de vida actual y la soledad, entendida como pérdida de relaciones, de familiares y de amigos y la falta de conversación con los miembros del personal médico y otros pacientes con los cuales comparten su día a día (Riss et alt. BMC Geriatrics 15, 2015). Esta soledad deja al adulto mayor en una condición de vulnerabilidad que se ve aumentada por el déficit sensorial, el deterioro visual o auditivo, las fracturas y otras complicaciones médicas propias de la edad.
Una actitud que se puede asumir hacia los adultos mayores es encasillar esta etapa como el lugar de los viejos, entendiéndolos como descarte o un peso para todo el aparato social. La pandemia del coronavirus ha hecho surgir en algunos (Sociedad de anestesia italiana, Sociedad Geriátrica de Bélgica y de los Países bajos, Dan Patrick vicegobernador de New York) la necesidad de plantear la edad como un criterio para la atención de salud. Este criterio que incluye razones como ‘el limitado número de recursos’, ‘prevenir el sufrimiento de los ancianos’, ‘no saturar los sistemas de urgencias’, ‘aumentar la esperanza de vida de los jóvenes’, ‘sacrificarse por el bien económico del país’, someten al adulto mayor en una discriminación sistemática que es justificada por principios éticos de justicia y de altruismo que colocan en una situación de aislamiento mayor a los más ancianos y enfermos.
Un cambio en esta mentalidad del descarte hacia lo viejo debe ir de la mano con los valores y fines de la medicina como son: el alivio del dolor y sufrimiento; el cuidado y curación y, la tensión de cuidar a aquellos que no pueden ser curados. Estas actitudes, no dejan de tener presente que la muerte del individuo es algo inevitable e ineludible, pero una muerte en soledad y abandono como descarte, es algo evitable y eludible.
Es necesario considerar que esta Tecnópolis donde la eficacia es fundamental y exigida, nuestros adultos mayores pueden y son efectivos, no eficaces. Ellos, por su propia forma de plantearse frente al mundo, son capaces de conseguir y lograr sus metas y de ayudar a otros a conseguirlas, tal vez con un gasto mayor de recursos, pero en su eficacia los adultos mayores son el oasis de sabiduría y de humanidad que a nuestro mundo hace falta cada vez más en esta nueva realidad que el coronavirus nos presenta como posibilidad.
Profesor Asistente
Centro de Bioética UC
Facultad de Teología