El descubrimiento reportado recientemente por Kiergman et al[1] de la Universidad de Vermont, la producción de máquinas con un cierto comportamiento, a partir de células troncales y músculo cardíaco de embriones de sapo, nos propone una pregunta, que no puede responderse desde la biología o ciencia empírica.
Los científicos denominan al nuevo producto con varios términos que aluden a nuevos seres vivos: “organismos”, “robots vivientes”, “nuevas formas de vida”. Más allá de los promisorios beneficios que se sigan del descubrimiento (que los autores proyectan incluso al ámbito biomédico, con potencial para el tratamiento de enfermedades) este reporte nos obliga a preguntarnos qué es esta realidad ante la cual estamos, si se trata efectivamente de la “creación” de un ser vivo.
Varias de las propiedades reportadas por los autores respecto a sus “máquinas vivientes” resultan sorprendentes: son capaces de agregarse y de desplazarse, de transportar objetos. Dichas propiedades conducen a los autores a plantear que nos encontramos frente a nuevos seres vivos. Ahora bien, efectivamente, estamos ante algo evidentemente “nuevo”. La gran novedad está en que se nos presenta un “robot” o “máquina”, diseñada computacionalmente como muchas, pero a diferencia de las máquinas que nos son conocidas – de fierro, plástico, químicos – esta es construida a partir de tejidos biológicos combinados (células troncales y músculo cardíaco de sapo). De modo que, sin quitar crédito a la evidente novedad reportada, la pregunta en la que nos detendremos es si verdaderamente se trata de un “nuevo ser vivo”.
Algunos conceptos aristotélicos pueden iluminar la reflexión. Estamos ante algo nuevo, por lo tanto, ante un “cambio”. Aristóteles distinguía entre distintos tipos de cambio[2]. Uno es el cambio sustancial (cuando algo comienza a existir, o deja de ser lo que era en un sentido radical, es decir se genera o se corrompe, sin términos medios). Este es, por ejemplo, el cambio que ocurre en el primer segundo de existencia de un ser vivo, o cuando muere. El segundo tipo de cambio aristotélico es el accidental, en que se observa la aparición o desaparición de una característica en una sustancia, sin que por ello esta se convierta en algo distinto de lo que era. Sería el caso de una masa tumoral que en el tiempo cambia sus propiedades (los médicos hablan de “comportamiento”), haciéndose agresivo e invasor de tejidos sanos. El cambio accidental puede ser, según Aristóteles, cualitativo, cuantitativo o de movimiento local. Agreguemos algunas reflexiones adicionales antes de proponer ante qué tipo de cambio estamos en este caso.
El caso de estos nuevos robots biológicos es particularmente difícil porque fueron diseñados y programados por sistemas computacionales automatizados, pero dado que el “material” con que se producen es biológico, los robots presentan propiedades relativas a dichos “tejidos vitales”. Sabemos que las características de los seres vivos están presentes desde su unidad básica, la célula, y luego se hacen patentes en los niveles de organización de complejidad creciente de los seres vivos (tejidos, órganos, sistemas, organismos). El comportamiento de las células, tejidos y órganos presenta propiedades que los hace parecer “vivos”, o más estrictamente “vitales”[3], en cuanto siguen transitoriamente comportándose como cuando eran parte del ser vivo, y presentan algunas de las propiedades de “lo vivo”. Esto hace posible que sea posible cultivar células en un determinado medio nutricio en un laboratorio, o trasplantar un órgano antes de que cese de funcionar. En este sentido, los robots descritos por los autores presentan propiedades y “comportamientos” propios de lo vivo, en cuanto su material es biológico. Pero, ¿basta presentar dicha “vitalidad” para ser denominado ser vivo? ¿Son entonces seres vivos las células donadas en trasfusiones de sangre, o los órganos donados en trasplante de órganos?
Creemos que no. Hay algunas claves que nos inclinan a pensar que, a pesar de lo notables de las propiedades observadas en dichos tejidos biológicos, así como en los nuevos productos reportados por el grupo de Kiergman, estas se tratan de propiedades o cambios “accidentales”, es decir, que no hacen de ellos un nuevo ser vivo. Por una parte, tenemos que su duración o “vitalidad” es temporalmente limitada, como vemos en células, tejidos u órganos, que después de ser separados del organismo vivo del cual provenía su principio vital intrínseco tienden a la corrupción.
Pero algo, quizás más importante que lo anterior, es que estos “robots biológicos” son diseñados, programados. Aunque su programación es peculiar, dado que saca partido de las propiedades naturales que resultan de la fusión de células vivas con sus propiedades. Una versión moderna del adagio clásico “el arte imita la naturaleza”, más propiamente aquí, la técnica imita la naturaleza.
El hecho de la programación externa nos parece relevante, nuevamente siguiendo a Aristóteles, si distinguimos a los seres naturales (los seres vivos), o aquellos en que el principio del cambio está en sí mismos[4] (auto movimiento), de los seres artificiales, en que el cambio es producido por un agente externo, es decir, son “producidas”.[5] Esto es lo propio de las máquinas o robots, el motor que los produce es la razón técnica del hombre. Independiente del material con que sean “producidos”, células, fierro o plástico, no tienen en sí el principio que los mantiene en la existencia. No son “creados” o “generados” como los seres vivos, sino “producidos”; surgen por una causa externa que aprovecha ciertas propiedades de sus componentes (en este caso, células vivas), y se mantienen en la existencia mientras esa causa externa siga siendo el motor. No tienen un principio vital intrínseco.
Las nuevas propiedades del “producto” son, en definitiva, propiedades de sus materiales biológicos, cambios accidentales, no sustanciales. Lo hacen presentar propiedades del ser vivo, pero no lo convierten en un ser vivo. Nos parece que se trata, por tanto, solo de un robot – una máquina – hecho de “materiales biológicos”, y en cuanto tal, solo “vital” y no “vivo”.
En ese sentido un nombre más adecuado para lo que presentan los investigadores de Vermont, podría ser “bio-robots” o “máquinas biológicas” (en cuanto seres artificiales, hechos de materiales biológicos), pero no organismos, robots vivientes ni nuevas formas de vida.
[1] Kiegman, Sam, Douglas Blackiston, Michael Levin, y Josh Bongard. 2020. «A Scalable Pipeline for Designing Reconfigurable Organisms». Proceedings of the National Academy of Sciences, enero, 201910837. https://doi.org/10.1073/pnas.1910837117.
[2] Aristóteles, Física, Libro Tercero, I (Planeta de Agostini, Editorial Gredos, S.A. (1995), Biblioteca Clásica Gredos. Traducción: Guillermo R. de Echandía).
[3] Según la RAE, vital: 1. adj. Perteneciente o relativo a la vida; 3. adj. Que está dotado de gran energía o impulso para actuar o vivir. https://dle.rae.es/vital
[4] “… la naturaleza es un principio y causa del movimiento o reposo en la cosa a la que pertenece primariamente y por sí misma” (Aristóteles, Física, 192b 21-23).
[5] Las cosas pueden ser causadas por algo distinto del auto movimiento, tales motores serían por producción (techné). (Cfr. Aristóteles, Física 192b 35).