Recensión: Daniel Callahan, Search of the good, A life in Bioethics. MIT Press, Cambridge, 2012.
No es fácil hacer una recensión sobre un libro autobiográfico: la vida es la que es, no la que uno quisiera que fuera. No cabe duda, sin embargo, que la vida de Daniel Callahan es una vida digna de ser conocida para cualquier cultor de la bioética.
Con toda razón, Callahan es considerado uno de los padres fundadores de la bioética, su libro no nos ahorra conocer detalles sabrosos de la obra que lo pondría en la punta de diamante del desarrollo de la bioética: el Hastings Center.
Como toda obra de pionero, no estuvo exenta de dificultades ni de ejemplos de temeraria osadía. Es lo esperable en la vida de todo hombre o mujer que se dedica a abrir brecha. Sin embargo, de lo más interesante del texto es conocer por qué Callahan eligió desarrollar la disciplina, que él mismo ayudó a fundar, al margen de la academia, el lugar donde se encuentra más desarrollada actualmente. Fue una elección que, a primera vista, parece profundamente contraintuitiva pero que, a la luz de lo narrado en el texto, resulta muy clara y coherente.
Las razones creo que se pueden resumir en tres: su decepción ante el ambiente académico en el que se formó, dominado por la filosofía analítica y que conoció de cerca como alumno de Yale. Su interés, a contrapelo de la filosofía académica de su época, de involucrar a la opinión pública culta de los Estados Unidos en los debates bioéticos y su alergia la burocracia propia de instituciones mastodónticas como son las universidades de alta complejidad, en esa época y en la actualidad. En síntesis, Callahan fue un investigador que volcó sus investigaciones hacia la divulgación y que valoró por encima de cualquier otra cosa, su independencia ante el establishment político y académico de los Estados Unidos. La lectura del texto sin duda nos aporta aire fresco para pensar la bioética más allá de los marcos institucionales actuales, que a veces parecen asfixiarla.
Desde el punto de vista del contenido de su labor intelectual, destaca su interés por los temas de frontera, no por ser temas de moda, sino por ser los grandes temas con los que la medicina tecnológica, y la tecnología en general, cuestionaban nuestra concepción del ser humano: el control de la reproducción, de la muerte, de la salud y del ambiente. Callahan tuvo la clarividencia de discernir, en los albores de la disciplina, esos temas que nunca envejecen y que aseguran la sobrevivencia en el tiempo de un ámbito del saber. A pesar de la naturaleza ecléctica e inductiva de su pensamiento, Callahan fue, ante todo, un convencido que la tecnología no es capaz de responder a la búsqueda del bien para el ser humano, sino que su uso requiere ser subordinado a lo que realmente vale la pena en la vida humana.
El título de su autobiografía, en cierto modo lo retrata. Su vida fue una búsqueda continua, por senderos inexplorados previamente, de lo que mueve a todo ser humano: su tendencia al bien. Y al abrir brecha, casi inconscientemente, cimentó un camino amplio y transitable para avanzar en la comprensión del desafío que representa el desarrollo tecnológico para la humanidad, especialmente en sus dimensiones más sensibles: la búsqueda de la salud y el enfrentamiento a la experiencia de la muerte. Estos temas, junto al cuidado del ambiente como vía maestra para la supervivencia de la especie, aseguran a la bioética la perennidad a la que aspiran las grandes empresas del conocimiento humano.
Cristian Borgoño.
Doctor en Bioética
Profesor Adjunto
Facultad de Teología