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Opinión

Covid-19, neorreligión y presencias reales

29 de mayo de 2020

Nuevas religiones

El filósofo italiano Giorgio Agamben señala en el reciente libro colectivo Sopa de Wuhan (online y gratuito), que una de las consecuencias de la enfermedad del virus Corona es la necesidad de religión. Esto es particularmente evidente en el discurso de los medios estadounidenses, señala, en donde el vocabulario se refiere a menudo al Apocalipsis, al fin del mundo, etc. Sin embargo, afirma, como la Iglesia ya no estaría en condiciones de responder a esa necesidad religiosa puesta de manifiesto en el curso de la pandemia, parece que hemos hallado un sustituto muy eficaz en lo que de hecho se ha convertido en la religión de nuestro tiempo: la ciencia.

Herejes y ortodoxos

Lo curioso, sin embargo, es que en esta nueva religión también hay quienes pretenden ortodoxia y otros que son estigmatizados como herejes. Los mismos argumentos “científicos” que se emplean para justificar políticas públicas de confinamiento, también se utilizan para condenarlas. Esta guerra religiosa incruenta, en la cual las casullas han sido reemplazadas por los delantales, los cálices por las probetas y los cirios por los mecheros Bunsen, tiene su correlato más trágico en las decisiones políticas del manejo de la pandemia. En ellas, lo único invariable es su enervante perplejidad. Sobran los ejemplos en el cuadro internacional. Veamos algunos. En Chile, las cuarentenas focalizadas después fueron revertidas; en Perú, las salidas segregadas según el sexo fueron rápidamente desestimadas debido a la furibunda reacción de las agrupaciones LGTBI, y la orden gubernamental de utilizar guantes además de mascarillas, fue derogada en menos de 12 horas; en Argentina, salta a la vista el caos estratégico nacional. Y en los países llamados “desarrollados”, tal vez el caso más estridente sea el de las políticas sanitarias escandinavas. En suma, vemos no solamente que en cada país hay prácticas diferentes, sino que al interior de cada uno de ellos esas estrategias están en continua modificación. ¿Obedece esto a que las políticas públicas necesariamente deben mostrar una cierta flexibilidad de acuerdo con los imprevisibles comportamientos del virus? No. La verdad dolorosa es que nadie sabe muy bien qué hacer y entonces la situación es abordada con el criterio del ensayo-error. Hagamos esto y veamos qué pasa. De otro modo, las justificaciones en los cambios de decisiones serían públicas y claras, cosa que no sucede.

¿Nueva normalidad?

Muchos piensan que, a la salida de esta situación de confinamiento, comparable al ingreso en un tenebroso túnel, espera una nueva normalidad, y así se la ha llamado. Abundan los ensayistas y filósofos que se aventuran incluso a describirla. Probablemente eso no sea posible, pues ya bien adentrados en la pandemia, ninguno de ellos fue capaz de predecir la velocísima expansión de las cuarentenas ni las condiciones en las cuales se desenvuelve la vida cotidiana actualmente. Respecto de eso, recordemos que una de las tareas de la Filosofía es pensar el ser y el deber ser, y no lo que será, como bien nos recuerda el filósofo español Alfredo Marcos en una reciente entrevista académica que puede verse en YouTube (https://www.youtube.com/watch?v=kqe0-7jVG9U&t=18s). No es el “tiempo de los filósofos” si con ello se pretende esbozar los lineamientos de una nueva convivencia. Ese tipo de experimentos en los que se desea involucrar a los filósofos nunca dio buenos resultados, comenzando con la República de Platón y terminando con las utopías neomarxistas. Lo que sí podemos señalar, en una lectura más profunda de la realidad, es el ataque a la presencia real. O en plural, a las presencias reales. Y con esto vuelvo al tema del principio, el de la religión. La neo-religión científica, cuya inscripción en los nuevos panteones culturales no parece ser responsabilidad de los científicos, aunque cuenta con sus deseos de protagonismo, ha tenido como uno de sus efectos colaterales el vaciamiento de la realidad y su sustitución por imágenes. La imagen del profesor en la pantalla (y a veces ni siquiera eso); la imagen del médico en la telemedicina; la imagen misma del espacio público en su expresión televisiva; la imagen del mercado en la compraventa online. Pero precisemos un poco: en realidad, nada de lo anterior es una situación novedosa, consecuencia de las nuevas condiciones de vida. Es innegable que ya avanzábamos hacia la sustitución de la realidad, y lo que el virus ha conseguido es la aceleración de ese reemplazo. Sin embargo, lo que hasta ahora no se había conseguido y parecía impensable, era que en algún momento los mismos sacramentos serían desplazados por una inoperante imitación televisiva. Exactamente 500 años después de que Lutero y Zwinglio comenzaron a negar, la transubstanciación el primero, y la Presencia Real el segundo.

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