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Actualidad

Entrevista Roy May: La evolución del pensamiento ambiental

4 de septiembre de 2025

Bioeticalab: En su conferencia usted mencionó que, en principio, la ecología excluía de sus reflexiones al componente social, porque se consideraba al ser humano un elemento ajeno y disruptor de la armonía de la naturaleza. Pero luego, el pensamiento ambiental fue adquiriendo una cara diferente:

Roy May: Yo creo que podemos ver que hay un desarrollo en el pensamiento ambiental. Sus raíces más profundas las podemos encontrar básicamente en Estados Unidos, a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Pero apareció bajo la forma de élites de, básicamente, hombres blancos que estaban preocupados de que podrían perder sus lugares bonitos para acampar. Luego, ya entrados al siglo XX, había mucha preocupación por la extinción de variados animales, especialmente bisontes y otros animales grandes. 

Estas preocupaciones excluían al ser humano de la reflexión ambiental. Se buscaba preservar lugares “prístinos” de la naturaleza, excluyendo incluso a pueblos indígenas. Por ejemplo, en el caso de Yellowstone, el primer parque nacional para la conservación de la naturaleza de los Estados Unidos, los indígenas fueron expulsados. Porque la idea que se sostenía era una naturaleza sin seres humanos. 

Pero también, según mi criterio, fue una manera de imponer una visión de la raza blanca sobre cómo debía ser la naturaleza. Sin embargo, esto tenía sus virtudes, en el sentido de que promovió mucho la preservación de lugares importantes. Pero a un costo social bastante grande, especialmente desde el punto de vista de la justicia social. De hecho, ya en los años 40, muchos ambientalistas tomaron posturas algo racistas y discriminatorias. Afirmaban que el problema era la sobrepoblación y ¿Dónde está la sobrepoblación? Pues en el mundo pobre, podríamos decir. En suma, la idea del ser humano como parte integral del medio ambiente, no fue muy tomada en cuenta. 

En la actualidad esto ha cambiado bastante, especialmente desde los aportes del cono sur, ciertamente desde América Latina, incluidos los sectores cristianos. Pero incluso en los sectores cristianos de EEUU comenzaron a decir: “miren, no podemos separar la problemática ambiental de la problemática social, pues tienen una relación integral”. No podemos hablar del medio ambiente sin hablar del medio humano a la vez. Pues, hay una correlación entre los dos. No podemos hablar de uno sin el otro. Es decir, los seres humanos somos parte de la naturaleza, reincorporándose. 

Ya en los años 90, y con mucha más fuerza en el siglo XXI, comenzó a hablarse mucho de la “biocultura”. Aunque también está presente en Estados Unidos, es en Latinoámerica donde está idea ha tomado mayor fuerza. De hecho, el ecólogo chileno, que también está en los Estados Unidos, Ricardo Rozzi, introduce una comprensión de la ética ambiental desde una perspectiva biocultural. Es aquí donde estamos más o menos ahora.

Es una historia larga e interesante que he presentado de una pincelada. Sin embargo, todo este desarrollo podría verse comprometido. Por ejemplo, en los EEUU, ahora hay sectores enormes que son completamente anti ambientales, anti naturaleza e incluso anti seres humanos. Porque aquí [Estados Unidos*] el fascismo está surgiendo, y este nunca ha tenido ningún aprecio por la diversidad humana ni por la diversidad animal. 

 

Bioeticalab: El concepto de «homogenización biocultural» que desarrollan es muy potente. ¿Cómo se llega a la idea de que el deterioro ecológico supone la pérdida simultánea de diversidad biológica y cultural?

Esta idea surge principalmente a partir de académicos que se han involucrado directamente con el mundo indígena. Personas como Ricardo Rozzi, que ya mencioné, antropólogos, sociólogos, activistas de la justicia social o incluso personas como yo, un gringo blanco. Hemos tenido la oportunidad de convivir con personas indígenas. Por ejemplo, yo pude tener una relación muy estrecha con el pueblo Aymara cuando trabajé en Bolivia. Ahora bien, yo no soy Aymara, no pretendo comprender a los Aymara ni tampoco ser voz de los Aymara, pero yo aprendí mucho de su cultura. También en América Central, especialmente al vincularme con campesinos maya en Guatemala, quienes me dieron a conocer sus conceptos de la tierra. El concepto de la Milpa, por ejemplo, que es parecida a la Chacra de los Andes. Son prácticas agrícolas que suponen una manera de convivir respetuosamente con la naturaleza, al mismo tiempo que satisfacen sus necesidades como seres humanos. Yo en sus prácticas podía entrever una forma de entenderse como parte de la naturaleza y parte de la sociedad humana, sin hacer una división. 

Este tipo de experiencias que yo y otras muchas personas hemos tenido, suscitó una nueva manera de abordar la problemática ambiental, al integrar esta sabiduría ancestral que había sido marginada y no tomada en cuenta. A partir de esta integración comenzó a hablarse de biocultura. Pero también estimuló desarrollos muy interesantes como la etnoecología o etnobotánica, es decir, disciplinas que tratan de comprender y respetar la sabiduría de los pueblos, especialmente su convivencia con la tierra o la naturaleza. Ahora bien, los Aymara no van a escribir necesariamente los tomos filosóficos sobre sus prácticas, pero sí nos inspiran a nuevas formas de pensar en la filosofía y la ética ambiental a partir de la biocultura.  


Bioeticalab: ¿Es compatible la ciencia empírica con estas ideas y prácticas bioculturales de los pueblos indígenas?

No es compatible. Pero no significa que no podemos abrir espacios para que sean compatibles. 

Toda la historia desde el período de la ilustración, comenzando más o menos entre los siglos XVII o XVIII, donde ocurrió el surgimiento de la ciencia como nosotros la tenemos actualmente –y de hecho, como yo respeto mucho– está aparejada al surgimiento del capitalismo como el modo de producción que va organizando a Europa y su expansión al mundo. En ese proceso la naturaleza pierde su sacralidad. La ciencia necesariamente, aparejada al capitalismo, tiene que convertir a toda la naturaleza en meros objetos para el estudio o para ser controlados de alguna forma. Desde Europa también se convirtieron a los seres humanos no-europeos en objetos. Lo podemos ver en la esclavitud y en la expansión imperialista y colonial, que convierten a los indígenas en meros objetos para servir a los colonizadores o para ser eliminados. En este sentido, tenemos aquí una nueva manera de entender la realidad que no es compatible con la comprensión indígena.

Con la biocultura mucha de la ciencia, no así el capitalismo, se está dando cuenta de que el problema es comprender todo en términos objetivos y empíricos. Esa no es la única forma de comprender la realidad. Y que puede abrirse hacia otras sabidurías, para enriquecerla, de manera que no sea una ciencia exclusivamente reduccionista. Es decir, la ciencia puede comprender que hay saberes amplios que pueden profundizar todo nuestro conocimiento. 

Ahora bien, no todos los científicos hacen esto, pero cada vez más científicos se suman a esta nueva forma de pensar. Ricardo Rozzi, que he mencionado varias veces ya, por ejemplo, tiene un doctorado en ecología evolutiva ¡Una disciplina muy reduccionista! Sin embargo, él entiende muchos aspectos a partir de los pueblos indígenas, y así mismo muchos otros científicos. 

Así que a primera vista digo que la respuesta es no, pero no tiene que quedarse como no. Puede abrirse y se abre cada vez más [la ciencia].

Incluso el capitalismo, que es tan problemático, está hablando actualmente de capitalismo verde. Tanto el problema como la virtud del capitalismo es que es muy plástico y flexible. Puede adaptarse a muchas nuevas situaciones. En este sentido, incluso inversionistas capitalistas están empezando a ver el potencial de invertir en proteger el medio ambiente o a los pueblos indígenas.  Hay todo un movimiento, el capitalismo verde, que permite eso. 

Quiero tener cuidado, no quiero alabar al capitalismo. Lo que quiero decir es que incluso en el capitalismo parecen haber grietas que permiten a la ciencia/capitalismo ampliarse hacia la biocultura y a ser más amigable con la naturaleza. 

 

Bioeticalab: Desde una perspectiva aplicada, ¿cuáles son los pasos más críticos que deben tomarse a nivel de políticas públicas, educación y comportamiento individual para fomentar la conservación biocultural y evitar la homogenización?

Si yo tuviera la respuesta sería Jesucristo. Primero, no hay una sola respuesta, en el sentido de que haya una sola cosa que podemos hacer. Obviamente es algo complejo. Y depende mucho de las diferentes culturas y situaciones políticas cuáles los espacios que están disponibles para el alcance de nuestra acción. 

Obviamente son importantísimos los efectos de la educación ambiental. Hace años se hablaba de la “concientización” de la naturaleza y sus problemas. Esto puede hacerse en un aula. Pero es mucho más importante exponer a las personas a experiencias directas con la naturaleza, donde puedan estar allí escuchando las aves, por ejemplo. Esto puede comenzar a una edad muy temprana. Niños y niñas pueden ser llevados a lugares donde puedan experimentar la naturaleza. Lamentablemente estas actividades son escasas en la actualidad, por ejemplo, en el contexto de la conferencia hicimos una salida a Batuco que duró tan solo dos horas. Yo creo que este tipo de actividades es fundamental. 

También, son muy importantes las organizaciones territoriales en las que personas de un barrio, por ejemplo, se organizan para limpiar o sembrar árboles. Muchas personas no tienen interés en cuestiones ambientales o sociales, pero al ser incorporadas en programas locales, empiezan a crear un interés desde su vivencia comunitaria. 

Sin embargo, no hay que olvidar que la lucha biocultural, por la diversidad humana y por la diversidad de la naturaleza, siempre será una lucha política, querámoslo o no. Porque los marcos jurídicos y legales tienen una estrecha relación con la sostenibilidad. Sin un marco legal que proteja a la gente y la naturaleza, es muy difícil hablar de sostenibilidad. Siempre hay que involucrarse en las luchas políticas. Y eso puede hacerse de muchas formas: desde la organización partidaria hasta organizaciones no ligadas a partidos políticos, pero que presionan a las personas en el poder parlamentario para que tomen decisiones favorables hacia la biodiversidad y sostenibilidad. 

No es tan fácil. Muchos me dicen que por mi edad yo debo tener mucha sabiduría, Eso yo no lo sé. Pero algo que yo he aprendido, es que no vamos a cambiar el mundo de la noche a la mañana. Pero podemos hacer cambios pequeños desde donde estamos y esos cambios pueden tener sus repercusiones. No debemos menospreciar lo poco que podemos hacer, porque a veces lo poco se convierte en grande. Entonces hay que trabajar y aprovechar el espacio que tenemos y dónde estamos. 

 

Bioeticalab: En su artículo sobre Alexander F. Skutch, usted destaca su faceta como filósofo naturalista. ¿Podría profundizar en cómo la vida y obra de Skutch, especialmente su profunda observación de la naturaleza, informan o inspiran una ética ambiental contemporánea, y qué lecciones podemos extraer de su enfoque en la «armonía y conflicto» en el mundo vivo? 

Alexander Skutch fue un tipo muy interesante. Yo me he dedicado y sigo dedicándome de alguna manera a investigar su pensamiento. Skutch, fue realmente un naturalista extraordinario. Su doctorado era en botánica, pero se convirtió en ornitólogo, porque las aves eran el gran amor de su vida. Él pensaba que podemos aprender mucho a partir de la vida de las aves, por lo que pasaba horas y horas observándolas. 

Entonces, una de las primeras cosas que podemos aprender de él es precisamente a observar, ver. Hacer la vida un poco más lenta, no apurarnos. Ir al campo y no caminar rápidamente, sino que ir despacio. Para escuchar, para ver. Me preocupa y me molesta cuando en algunos senderos hay gente que va caminando muy rápidamente, porque no van a ver nada. Entonces, quizá podemos aprender a detenerse, escuchar y disfrutar momentos sin ningún movimiento. 

Ahora, no como Alexander que pasaba 4-5 horas en eso. Pero sí, es una manera de aprender que Skutch nos enseña.

Skutch fue muy influido por las religiones, especialmente la religión india de la Ahimsa y la idea de no dañar, no hacer cosas que dañen las posibilidades de vida de otras personas o animales. Porque él tenía un aprecio por toda la naturaleza. La idea es que podemos, por lo menos, hacer el intento de convivir de manera armoniosa con la naturaleza. Sin embargo, nuevamente no es tan fácil, dado que nuestra convivencia con otros animales depende de políticas que no están bajo nuestro control directo. Skutch nos señala que estos animales valen mucho, y debemos buscar las formas de acercarnos a ellos. 

En este sentido, Skutch tenía un rechazo muy fuerte a la violencia de todo tipo. Por esto, en su concepto de la armonía de la naturaleza no había espacio para la violencia contra los animales o contra los seres humanos. Entonces, él creía que deberíamos todos convivir pacíficamente. Sin embargo, es evidente que en muchas partes del mundo estamos viviendo lo contrario. 

Hay algunos aspectos de Skutch que son algo más excéntricos. Por ejemplo, él rechazaba como legítimos algunos procesos evolutivos, lo que sin embargo implica rechazar a la misma naturaleza. Para él, la depredación era algo horrible, entendida como violencia de animales contra animales. De hecho, él era partidario de eliminar la depredación. Yo creo que eso es imposible, y además no sería una forma de respetar la naturaleza. En este sentido, Skutch tenía muchas contradicciones, pero intentaba vivir una vida pacífica, en armonía con la naturaleza. Una vida sostenible en todo sentido, que inspira respeto. Sin embargo, como muchos de nuestros héroes, hay aspectos que quizás no son tan admirables, pero eso no quita el valor de esa persona como modelo que puede enseñarnos mucho. 

 

 

 

Entrevista por Antonia Valenzuela y Gabriel Videla, miembros de Bioeticalab

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