La condición humana parece estar, en diversas épocas y lugares, acechada por el miedo a un “acabo de mundo”: un evento apocalíptico, sea cual sea su forma, en la cual una fuerza bruta colosal destruye, en un fatal azote, a la humanidad, el mundo en que vivimos o, incluso, a la existencia misma. Pone un fin definitivo a la posibilidad de la existencia humana, dejando como resultado un desolado vacío cósmico.
Es natural sentir un peligro existencial o incluso pánico a estos eventos, dado que, desde un punto de vista empírico, no es del todo imposible que ocurran. La hipótesis más popular de le extinción de los dinosaurios apunta a la caída de un meteorito masivo; se sabe que la erupción de un volcán en Pompeya acabó con dicha ciudad inmediatamente. Y, de parte del ser humano, hemos podido observar armas de destrucción masiva en Hiroshima y Nagasaki, dejando miles de muertos y ebullendo instantáneamente a aquellos que se encontraban más próximos a la radiante explosión.
Produce este miedo, por supuesto, la actual amenaza de una crisis ambiental causada por el cambio climático. Dado que se concibe como principalmente antropogénico, evitar que este continúe parece depender de la acción humana. Pero, de avanzar sin tregua se prevé que el cambio climático aumente cada vez más los eventos climáticos extremos y las temperaturas globales, lo que haría eventualmente imposible la vida en la tierra. Supone, por tanto, un acabo de mundo, puesto que habitar la Tierra se hace imposible.
Desde que la idea del calentamiento global, y luego el cambio climático, se hicieron parte de la cultura popular a través de medios de comunicación masiva, se ha generado, naturalmente, una eco-ansiedad en muchas personas, especialmente aquellas sensibles a las cuestiones ecológicas. Expertos la definen como un miedo crónico a la catástrofe medioambiental que surge al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación por el futuro propio y el de las próximas generaciones. Y como toda emoción negativa que se experimenta constantemente, tiene efectos negativos también en la salud mental.
Sin embargo, la eco-ansiedad parece tener un componente diferente al de la típica ansiedad. Frecuentemente la ansiedad supone la anticipación aprendida de escenarios negativos que no necesariamente ocurren, por lo que la terapia muchas veces se centra en desembarazarse de dichos escenarios. En cambio, la preocupación ambiental que supone el cambio climático parece estar validada por la comunidad científica, de cuyo consenso transversal nos enteramos a través de noticieros y otras fuentes de información, por lo que el miedo no puede simplemente desestimarse. Y esta preocupación ambiental no es menor, puesto que lleva a muchas personas a tomar decisiones de vida importantes, por ejemplo, no tener hijos por la huella de carbono que implica y porque, además, los traemos a un mundo que irá volviéndose inhabitable.
En esta situación, cabe preguntarse: ¿Qué hacemos con la eco-ansiedad? No podemos simplemente terapiarla, dado que proviene de un “miedo real”. Parece que no queda más opción que sentirse desesperanzado. Sin embargo, me gustaría introducir algunas reflexiones que permiten ver cómo el cambio climático es, por otra parte, también distinto a la mayoría de escenarios apocalípticos o cataclísmicos que mencioné al principio.
Aunque el cambio climático es un proceso acelerado por la acción humana, sigue siendo un proceso gradual, susceptible a aumento y decrecimiento, extendido en el tiempo. No es el caso, en cambio, de los típicos eventos cataclísmicos como terremotos, explosiones y meteoritos, cuya aparición es mucho más súbita y la destrucción que producen inmediata. El segundo modo en que se diferencia es que, a diferencia de los desastres naturales mencionados, es un proceso causado por el ser humano y, por tanto, susceptible de ser modificado por nuestras acciones en alguna medida. Estas dos cosas juntas, la gradualidad y la posibilidad modificación, no están presentes en catástrofes cataclísmicas, lo que abre la posibilidad de mitigación y adaptación al cambio climático.
Uno podría preguntarse, sin embargo, ¿existe utilidad en fomentar la eco-ansiedad? Me parece que lo correcto es que, al menos las instituciones políticas oficiales, se atengan a advertir de los peligros del cambio climático desde una mirada imparcial, sin acudir a un lenguaje emocional. Es decir, difundir los hallazgos de la comunidad científica y advertir responsablemente sobre los efectos del cambio climático. Así, las personas mismas pueden decidir cómo reciben estos hechos en su subjetividad y cómo los elaboran emocionalmente.
A la luz de esto, me parece interesante reflexionar sobre las declaraciones del secretario general de la ONU en 2023. Afirma “la era del calentamiento global ha terminado y ha comenzado la era de la ebullición global”. Basta observar el entorno para notar que, si bien no estamos en una situación ambiental óptima, tampoco estamos “hirviendo”. No es una descripción empírica o que pretende ser objetiva, claramente, sino que apela a una imagen emocionalmente cargada.
Gabriel Vidal Quiñones
Fuentes:
https://www.nature.com/articles/d41586-024-00998-6
https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S2667278221000444
https://www.iberdrola.com/social-commitment/what-is-ecoanxiety
https://www.mdpi.com/1660-4601/19/4/2461
https://cnnespanol.cnn.com/video/onu-mundo-cambio-climatico-temperatura-redaccion-buenos-aires/
https://cnnespanol.cnn.com/video/onu-mundo-cambio-climatico-temperatura-redaccion-buenos-aires/
Creditos imagen: BusinessInsider.es